miércoles, 7 de abril de 2010

EPISODIOS INMUNDOS

PRIMER EPISODIO


A últimas horas de la tarde de un día laboral, el largo pasillo que conducía hasta las dependencias privadas de su eminencia el cardenal de la iglesia Católica , ofrecía un aspecto desolador. Pared estucada con ventanales anodinos delimitaban un espacio invadido por el anochecer, solo levemente iluminado por el alumbrado público de la calle. La hermana Sor Hermenegilda, bajita, cincuentona y bigotuda con largos años al servicio de su eminencia, cejijunta y con cara de malas pulgas se deslizaba por el pasillo en dirección a los aposentos de su eminencia. El timbre de la puerta de entrada había interrumpido sus inacabables oraciones. Una vez acomodada la visita en la salita de espera, se dirigió al despacho del Cardenal Martínez. Sólo el fru-fru de su hábito competía con el ruido amortiguado del tráfico. Una vez en la puerta la abrió con decisión y confianza aunque sin entrar en el amplio y cálido despacho.
- Su Eminencia, la visita que esperaba acaba de llegar. Su voz semejante a un chirrido de puerta mal engrasada rompió el silencio.
- Hágale pasar y si no es abusar de su bondad háganos un chocolatito de esos que usted sabe y por favor no se olvide de los melindros, luego si gusta puede retirarse a descansar.
- Sí Eminencia
Al llegar a la salita donde esperaba la visita, la monja ordenó más que pidió, al hombre que allí esperaba, que la siguiera. Entrado en los sesenta, desparramaba su humanidad en un sofá desproporcionadamente grande para el reducido espacio de la sala de espera dejando apenas sitio para la típica mesita auxiliar con todas las revistas eclesiales habituales, de estatura mediana-alta y vientre abultado su azulado color anunciaba sus debilidades, los regordetes dedos aferraban un portafolios con auténtica avaricia. La orden de la monja le cogió ensimismado y víctima de la pesada digestión tras su desmesurado almuerzo-arpía pensó-mientras movilizaba con dificultad su cuerpo. Siguiola con la diligencia que le permitía la mezcla de vinos, licores y salsas que corrían por su sangre, en un vano intento de despejar al máximo su mente antes de entrar en el despacho, consciente de que si no lo conseguía la reprimenda sería segura. Se maldecía a si mismo por su debilidad ante la comida y el alcohol y se juraba por enésima vez que de ahora en adelante no cometería estos errores. Al llegar a la puerta donde le esperaba el Cardenal, la monja se volvió bruscamente y poniéndole la mano en el pecho le ordenó detenerse, el hombre dio un respingo y no pudo evitar una vaharada de fétido aliento envuelto en alcohol que se estrelló en el bigotudo rostro.
- Ha vuelto a beber, es usted despreciable. Inmediatamente abrió la puerta y anunció: su Eminencia, el doctor Carrascosa.
Y apartándose le dejó paso franco. El pobre hombre, sudando copiosamente se dirigió melifluo y reverencioso hacia la mesa del Cardenal.
- Querido doctor pase y siéntese, pero que le pasa, se siente usted mal..............no, no es posible, virgen santa no tiene usted remedio, está completamente ebrio.........se ha vuelto usted loco?, sabe los papeles que trae en su portafolios?, no debimos de confiar en usted conociéndole como le conocemos. Al menos se habrá fijado si le han seguido.
- No Eminencia de eso estoy seguro, contestó con dignidad. Bien entréguemelos y siéntese de una vez.
Su Eminencia, sentado ante su magnífica mesa abrió con displicencia el portafolios, próximo a los ochenta su lustroso rostro enmarcado por sureña papada y norteña calva relucía a la luz de la lámpara de mesa, sus ojillos de depredador revolotearon sobre los documentos que extraía lentamente.
- Huuummm, veamos.......... creo que está todo, conselleria........colegios de médicos......sindicatos de médicos........sólo faltábamos nosotros y afortunadamente el santo padre nos ha dado su bendición; pero dígame doctor, ¿que opinan usted y sus compañeros de nuestros planes para la sanidad pública? .
La puerta se abrió sin aviso previo y la chirriante voz de Sor Hermenegilda anunció la merienda.
- Pase y déjela sobre la mesita turca querida hermana fue la contestación, y puede retirarse.
- Gracias Eminencia, buenas noches.
Al cerrarse nuevamente la puerta la escena quedó en silencio, anfitrión y huésped sumidos aquel en la revisión de los documentos y el doctor en sus propios pensamientos, todo iluminado por la escasa y cálida luz de la lámpara. Levantando levemente la cabeza el cardenal susurró,
- Sírvase si le place amigo mío.
- Gracias Eminencia si lo desea puedo también servirle una taza.
- Se lo agradeceré contestó la brillante testa y volvió a su lectora tarea.
Mientras el doctor cumplía con la sugerencia-orden, el Cardenal Salustiano Martinez uno de los más firmes candidatos a la tiara de San Pedro, husmeaba hambriento los documentos.
- Y dígame querido doctor que piensa usted del asunto que nos ocupa.
- Eminencia créame si le digo que lo que piensa un humilde jefe de servicio apenas si cuenta en la seguridad social.
- Ya, ya, pero no se me vaya usted por las ramas, le he hecho una pregunta muy concreta.
- Verá Eminencia el sustituir a todas las enfermeras de los hospitales de la seguridad social por monjas a mi entender tendrá serios problemas tanto de aceptación como de preparación , si bien es verdad que el ahorro en salarios y material así como de medicamentos, permitiría la viabilidad de la sanidad pública en la actualidad y a largo plazo, no lo es menos que los sindicatos de enfermería presentarán una dura batalla, esto sin contar con el seguro boicot de los laboratorios farmacéuticos. Y de otro lado tenemos el tema de la preparación técnica de las monjas.
Una mano levantada interrumpió al galeno y a continuación dijo:
- De eso no ha de preocuparse, nuestras monjitas, autentica bendición divina, están preparadísimas, pues piense usted que la mayoría de ellas se han formado en hospitales del Tercer Mundo así que ya puede comprender que han visto de todo y en unas condiciones de carencia tal, que junto con nuestros votos de pobreza y vida ascética, les permitirá realizar su trabajo con no más del diez por ciento del material que en estos momentos se despilfarra, imagínese querido Carrascosa no solamente el ahorro en salarios sino lo más importante en material y medicamentos. Eso sí, la Iglesia quiere el treinta por ciento de lo que se ahorre, con esto asegurariamos nuestra finanziación e independencia del Estado hasta el fin de los tiempos.
A medida que el Cardenal peroraba apoderábase de él un frenesí incontrolable, ya no estaba hablando con una sola persona sino que se veía en la plaza de San Pedro dirigiéndose a los peregrinos, una salibilla le resbalaba por la comisura izquierda y frecuentes temblores le recorrían el dorso, los párpados desmesuradamente abiertos y los brazos como molinetes. El doctor Carrascosa empezó a sentirse preocupado, sobre todo con el color del rostro del prelado que empezaba a hacer honor a su cargo dentro de la iglesia.
Súbitamente cayó de bruces sobre la mesa.

-continuará-

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